Sobre el Plata, sobre el Riachuelo, sobre el Atlántico. No tiene lástima la muerte, tampoco los verdugos. La alta iglesia aplaude el cristiano método empleado. Un sencillo viaje sin destino, dicen. Abajo espera el agua fría de la noche, dura como hormigón, a los cuerpos ya extenuados de tortura. Pero vivos. Caen desnudos, atados, ensangrentados, mutilados, quizá gritando, quizá callando. Fueron estudiantes, periodistas, obreros, escritores, artistas, monjas, madres y abuelas de una plaza y de un país. Ahora simple trozo de carne a punto de explotar. Los generales, los policías, los diarios de la mentira diaria, los apoyadores u omisos internacionales: que se vayan y no vuelvan. Que no existan.