15 enero, 2008

Y cuando abrí destraidamente la puerta del edificio la vi...
Estaba tan despreparado para eso que tuve un choque y no pude besarla.
Pero la rabia que quería vaciar sobre ella sumió como una burbuja de jabón que estalla en menos de un segundo.
Entonces, un abrazo fuerte y desesperado me juntó a su seno.
Fue la cosa más espléndida. Ni en el sueño más lindo yo había percebido aquella belleza.
Aquella explosión de colores y de formas bien arredondadas tan despampanante cuanto un vino tinto.
Fue un absurdo de sensaciones. Fue un orgasmo de confusiones confortantes.
Ella abrió las manos juntas, formando recipiente, y me mostró las conchitas del mar.
Y yo tan atónito ni recordé que las había pedido, pero ella recordó, y trajo.
Conseguió deshacer toda mi añoranza, que después se volvió dolor y después rabia, con una simple y reluciente sonrisa.
Olvidé de pronto todas los reclamos e improperios.
Olvidé el orgullo y sentí una nueva pasión.
Ella olía a cigarro, pero parecía flor.

German Álvarez,
traducido por mí.
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