08 junio, 2010

Por la noche

Es decir, entre una seca y otra me tragaba blue notes de jazz y la voz negra de viejos negros jodidos y maravillosos. Dentro de poco me voy, dijo, y se quedó: más risas, más copas, más cigarrillos rubios en manos morenas. Ya nos habían subido los tragos y qué sentimental me pongo con vino tinto y tan sinuosa muchacha a mi lado. Salimos y la noche era una fiesta, una tribuna de circo, una cancha de fútbol, el velorio de un dictador, y ella caminando sin prisa a mi lado con un brazo en mi cuello y el otro en el cuello de cierta botella de Chile, largo y angosto Chile, largo y angosto y bello como su cuerpo. Los besos rojos de la botella le calentaban y creo que los míos también, de a poco esas caricias carménère le provocaban diabólicos divinos escalofríos. El más lindo de los espectáculos delante mis humildes ojos de borracho andariengo en la noche fría de buzos y abrazos.
Seguían los pasos y las citas y alguien trajo una guitarra - ¡qué lindo canto de madera tenía! - y como si nada cantamos todos viejas y nuevas canciones que volaban alto por el cielo sin estrellas, volaban como gorriones de ala rota pero bastante alto y los vecinos nos puteaban por sus ganas de dormir. Cómo duermen los vecinos, che, y no nos importaba mucho pero nos tocó caminar más y más, entre otras gentes y botellas y guitarras, sobre otras veredas y adoquines humillados por los ya viejos remiendos de asfalto. Volábamos de bar en bar, de calle en calle, de beso en verso, y el camino no nos tendía roja alfombra sino la colcha de hojas otoñales que pisábamos, yo, ella, ellos y otros bohemios y otros mendigos y en esa noche hasta los humillados se reían y hasta las sombras brillaban o por lo menos era lo que yo veía con aquel poema flotando a mi lado.
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